Era día de pagar, así que la señora que me renta la casa vino, como cada mes, por la paga del arrendamiento. Pero está vez me la terminé cogiendo porque no tenía nada de dinero, ya que todo me lo había gastado en una peda del fin de semana. La arrendadora es una vieja que se le nota que su marido ya ni la toca, por eso mismo me atreví a ofrecerle sexo en mi cama a cambio de que me perdonara el mes. Fue algo arriesgado de mi parte, pero no tenía de otra. Afortunadamente mis sospechas eran ciertas.
Ella estaba tan urgida de un macho que le diera cariño, abrazos y una buena cogida, que rápido aceptó mi propuesta. No se lo pensó tanto, ya que a su panocha ya le hacía mucha falta una verga adentro. Me la llevé a mi recamara y la empiné sobre la orilla de la cama, clavándole el fierro sin haberle quitado su ropa. Así me la estuve cogiendo un buen rato, desvistiéndola poco a poco, hasta que sus grandes y jugosas tetas quedaron al descubierto. Al final no perdí la oportunidad de mamárselas, al igual que su rica panochita toda húmeda.
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