La vecina, una morenaza insaciable de buen trasero, se encontraba en su cama, despatarrada y soltando gemidos de pura lujuria mientras se daba placer con sus propias manos. Yo, desde la vereda, me hice el espía y la grabé en acción sin que se diera cuenta. ¡Qué suerte tuve de pillarla! La musa estaba boca abajo, disfrutando cada caricia en su pucha húmeda, retorciéndose como lombriz en día de lluvia.
Logré capturar perfectamente cómo se deleitaba con cada rose de sus dedos en su vagina caliente . La calentura estaba en su esplendor y su deseo de verga era más fuerte que chicharrón recién frito. ¡Qué ganas me dieron de irrumpir en su guarida y darle una cogida en ese instante! Desde afuera, en silencio, fui testigo de como se masturbaba, un espectáculo digno de la pantalla grande.
Ella, ajena al espectáculo que brindaba, se entregaba por completo al placer, sin saber que sus gestos de puro éxtasis estaban destinados a ser grabados para la posteridad. ¡Vaya zamba se armó esa tarde con la vecina fogosa dando rienda suelta a su pasión y yo al acecho! ¡La piel se me erizaba de solo pensar en lo que hubiera podido pasar si hubiera decidido entrar y darle lo suyo a la morenaza en su pico de calentura! ¡Qué tentación, qué deseo, qué fantasía tan prohibida! ¡Eso sí que era un espectáculo digno de un ojo avizor y una mente traviesa!
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